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El Norte de Castilla, 2/4/07

La sociedad inalámbrica

"Vivir frente a una antena de telefonía es un calvario que, en una sociedad avanzada, moderna y democrática nadie tendría que padecer".

Lunes 2 de abril de 2007 · 3337 lecturas

El Norte de Castilla, 2/4/07

La sociedad inalámbrica
ALFONSO BALMORI/BIÓLOGO

CON un esfuerzo encomiable, durante varios ańos se cablearon las ciudades, se levantaron las aceras y el asfalto de buena parte de sus calles para tejer las redes que conformarían la telarańa del ciberespacio. A partir de ese momento, todos quedamos comunicados a través de nuestros ordenadores, lo que constituyó una revolución para el intercambio de la información a una escala global. Más tarde llegó otra revolución más generalizada, peligrosa y superflua, pero esta vez la información viajaba por el aire, prescindiendo de los cables, hasta cualquier lugar. Las microondas invisibles se encargaron de hacerlo, intercomunicando millones de teléfonos móviles enlazados por un ejército de mástiles de telefonía que invadieron el campo y la ciudad, modificando el paisaje y la fisionomía urbana con su aspecto amenazador, mientras el aire se viciaba de extrańas ondulaciones, solo perceptibles mediante complejos aparatos de medición. Así surgieron sucesivas tecnologías efímeras, conocidas por sus acrónimos: GSM, DCS, UMTS, WLAN, WIFI, DECT, BLUE TOOTH

El instinto de supervivencia requiere abrir bien los ojos a la realidad, y es probable que la vida pueda resultar incompatible con la tecnología sin hilos, al menos en la forma como se está desplegando actualmente en bastantes lugares. Dejaremos en esta ocasión las referencias científicas existentes para acudir a algunos testimonios de nuestros vecinos, tan reales como esas antenas emisoras que coronan las azoteas y desafían las leyes de la física, de las prescripciones urbanísticas y, en la mayoría de los casos, de la normativa establecida.

1- Un nińo de tres ańos se despierta cada noche a horas intempestivas. Aparece siempre descalzo, con expresión agitada. Su hermano mayor, de nueve ańos, no duerme bien y se despierta continuamente. Su padre padece extrańos mareos y frecuentes migrańas. La familia al completo se encuentra muy irritable y fatigada. Deciden ir a dormir a casa de sus suegros y automáticamente, como por arte de magia, desaparecen los problemas: empiezan a dormir de un tirón.

2- Un estudiante que vive en una residencia visita varias veces al médico: se encuentra sumido en un gran agotamiento. Los análisis practicados en el hospital descartan la existencia de patologías. Otro compańero padece insomnio y arritmias. Pierde el equilibrio con frecuencia, está agotado y no descansa bien. En el ambiente de su dormitorio se pueden medir más de dos voltios por metro de intensidad de campo eléctrico. Tras instalar una malla metálica en la pared, comienza una rápida recuperación.

3- En una noche fría de primeros de diciembre acudimos a medir los niveles de campo electromagnético en un bloque de casas. En el quinto piso, un ático, vive un seńor con dos hijos que dice sentirse muy nervioso. Su mujer falleció hace unos meses. Nos relata cómo sale con frecuencia al descansillo de la escalera porque allí se encuentra mejor. Convive con cuatro voltios por metro en todas las habitaciones, incluido el dormitorio. A su hijo de 15 ańos se le está cayendo el pelo. Una seńora del cuarto piso nos explica cómo se despierta a media noche con taquicardias, víctima de una extrańa agitación. Cuando se van de vacaciones, se terminan los problemas. Observamos que en el bloque los síntomas se agudizan de abajo hacia arriba. Los niveles que detecta nuestro medidor concuerdan estrechamente con los síntomas que padecen los habitantes del inmueble.

4- Esta vez se trata de un hombre mayor que vive en un quinto piso. Hace unos meses le han diagnosticado un tumor. También padece mareos y cefaleas. Su familia le lleva a una residencia y, tras dos o tres semanas, ya no padece dolores de cabeza ni trastornos del equilibrio. El desarrollo del tumor se ralentiza.

5- A nuestra confidente le han diagnosticado hipotiroidismo subclínico. Nos cuenta que en su comunidad (a unos 20 metros de varias antenas de telefonía) en seis ańos ha habido trombosis, infartos, cánceres

Lo narrado aquí es algo que numerosos ciudadanos padecen en silencio, algunos conocen las causas; otros, no. Hemos creado un caldo invisible que espesa el aire de radiaciones dentro y fuera de los edificios. Algunos, como el de Gas Natural de Barcelona, han tenido que ser desalojados precipitadamente por la aparición de una extrańa ’patología tecnológica’. En Bilbao, más de la mitad de los perros de la Policía Municipal han muerto de cáncer. El Sindicato Vasco de Policía relaciona las muertes con unas antenas de telefonía móvil. Como era de esperar, los niveles se ajustaron a los máximos permitidos por la ley, pero el objeto que deberían medir (antenas) fue desmontado de forma precipitada.

Los alumnos de la ESO estudian la contaminación electromagnética en los libros de texto, pero los adultos nos hemos propuesto desterrarla del lenguaje y de la realidad, gracias a la venda que nos proporcionan las indiscutibles ventajas de esta tecnología, suicida y traicionera. Porque, aunque varios indicios conducen a una evidencia y varias evidencias conforman una certeza, los profesionales sanitarios, quizá demasiado centrados en los remedios farmacéuticos, no reparan apenas en las causas ambientales de numerosos procesos patológicos.

La sociedad inalámbrica es la que permite que un padre presencie la cabalgata de reyes, con el nińo sobre los hombros, a un metro escaso de una picoantena que emite más de diez voltios por metro. O que viva en su casa, día y noche, bajo la influencia perturbadora de esas ondas. Vivir frente a una antena de telefonía es un calvario que, en una sociedad avanzada, moderna y democrática nadie tendría que padecer.

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