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Asociación Vallisoletana de Afectad@s por las Antenas de Telecomunicaciones - AVAATE

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Alguien hablará de vosotr@s cuando hayáis muerto

Lunes 4 de marzo de 2013 · 1625 lecturas

Alguien hablará de vosotr@s cuando hayáis muerto
02.03.2013 | 01:32

Adrián Martínez Hace unos días recibí una carta de Ángel. Después de leerla, tras epifanía que atrapa por el bajo vientre y se manifiesta en náusea, entendí que, fuera de la salud, nada es tan importante como para seguir concediéndole la más mínima atención. No, cuando contemplamos cómo se atiende en este país a los enfermos de fibromialgia, fatiga crónica, sensibilidad química múltiple e hipersensibilidad electromagnética. Así que estimado Urdangarin y resto de familia; admirado y ubicuo Bárcenas; querida Iglesia, amiga de nińos y azote de Papas; absorta ministra de Sanidad en su estudio sobre los vértices de un confeti; inextinguibles políticos dedicados al enésimo y vacuo discurso del estado actual de su nación; deleznables adoradores de uńeros que son extensión de unas manos que donde se meten, mierda que sacan; impertérrito, agotador y corrupto sistema: ¡váyanse todos al guano! Nada de lo que ustedes dicen, hacen u ofrecen es importante. Nada justifica su posición y sus prebendas. Y mucho menos el que les prestemos siquiera una mirada de perplejidad o sufrimiento. Hay cosas infinitamente más importantes
Ángel era hijo de Ángela. Esa mujer que decidió quitarse la vida tras un vía crucis personal al que algunos diagnosticaron de trastorno psicológico cuando lo único que le pasó a Ángela es que fue incapaz de encontrar determinadas cosas en una Espańa que tampoco se encuentra a sí misma: un sitio para vivir alejada de las radiaciones electromagnéticas de los centros de trasformación, de las subestaciones eléctricas, de las líneas de alta tensión y de los dispositivos inalámbricos de comunicación radioeléctrica como son las antenas de telefonía, los radares, el Wi-Fi, el wimax, el WLAN y el bluetooth; un médico, un servicio dentro del sistema sanitario, que le guiara en ese derecho constitucional que indica que "compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios". Pero no, Ángela no tuvo acceso ni siquiera a la protección de aquellos que un día juraron indecentemente sobre su código deontológico y pusieron su mano en pecho ajeno para admitir espuriamente aquel Juramento Hipocrático ajado por el tiempo. Algunos han acabado por no permitir que la tozuda realidad clínica de muchos enfermos doblegue su prepotencia desplazando la necesaria preparación que les haga entender qué es exactamente lo que les ocurre a los primeros. Esto puede convertirse en una lacra social que si no es la peor -viniendo de quien viene- es la más indigna.
No dudo que Ángela sufriera depresión o cualquier otro diagnóstico psicológico tan bien traído a mano cuando se desconoce, incluso se niega, que existen determinadas circunstancias que se deben incluir ya en el necesario diagnóstico diferencial ante las manifestaciones, que esta mujer presentaba, y que no eran sino consecuencia de un síndrome de hipersensibilidad electromagnética en grado severo. Nada más. Así que nadie se sienta aliviado o autocomplacido pensando que ha hecho todo lo posible cuando en realidad solo consiguió la amargura y la soledad de una paciente que, finalmente, decidió quitarse de en medio.
No pasará mucho tiempo hasta que el enmudecido Ministerio de Sanidad se reúna con una amplia representación de asociaciones de afectados por el citado síndrome y decida crear un grupo experto de trabajo que, tras estudiar y evaluar este grave y emergente problema de salud, establezca un documento de consenso que sirva para su adecuada asistencia sanitaria. Ya existe la urgente necesidad de mejorar el nivel de conocimiento científico sobre este proceso, su diagnóstico, su tratamiento y otros aspectos relacionados con el mismo. Estos pacientes están ahí y no van a desaparecer por mucho que nos arrodillemos ante las presiones del lobby de la industria de las telecomunicaciones. Mientras tanto ningún agente de salud debe ignorar la aplicación de aquel principio de precaución que le obliga no a curar, pero sí a alentar, a guiar y ante todo a no hacer más dańo del que ya existe. Igualmente ninguna compańía eléctrica o de telecomunicaciones debe ignorar las sentencias que le obligan a demostrar que sus tecnologías son inocuas. Les recuerdo que el Tribunal Supremo dictó una sentencia el pasado 9 de junio de 2012, anulando la modificación del Plan General de Ordenación Urbana del Ayuntamiento de Valladolid que permitía instalar antenas en edificios de viviendas -recurrido en su día por la Asociación Vallisoletana de afectados por las Antenas de Telefonía-. La sentencia afirma que la instalación de infraestructuras para servicios de telecomunicaciones es una actividad "con efectos significativos en la salud y el medio ambiente" y entrańa "riesgos para la salud humana". Blanco, y en botella.

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