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Asociación Vallisoletana de Afectad@s por las Antenas de Telecomunicaciones - AVAATE

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Fugitivos de las ondas. " «Todo fue por una antena de telefonía móvil que colocaron al lado del ático donde vivía en la Barceloneta. Esto ocurrió en el año 2000 -recuerda-".

Domingo 3 de junio de 2007 · 1898 lecturas

Fugitivos de las ondas
Los afectados catalanes han pedido a la Generalitat un ’valle blanco’ libre de radiaciones para afincarse en él
SOLANGE VÁZQUEZ

s.vazquez@diario-elcorreo.com/

VÍA CRUCIS. A Oriol Badell tardaron cuatro ańos en diagnosticarle su intolerancia a los campos electromagnéticos. / SUSANNA SÁEZ

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«La electropolución es la plaga del siglo XXI»
Mejor con construcción sostenible

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- Oriol, no le oigo bien, creo que a su teléfono le pasa algo.

- No, qué va, lo que ocurre es que estoy con el ’manos libres’ y, además, un poco alejado del aparato.

- ¿Y no le importaría acercarse más?

- Seńorita, no puedo. Si me aproximo, me vuelvo loco, me duele la cabeza. Precisamente ése es mi drama

Llevarse el teléfono a la oreja es una de las cosas que Oriol Badell no puede hacer. Para él, la vida cotidiana está llena de pequeńas renuncias. También tiene dificultades para coger el coche o para ir al cine, porque el inofensivo sendero de lucecitas rojas que indica el camino en la sala a oscuras es para él como un latigazo de rayos láser. Por no poder, no puede ni pasar junto a un televisor encendido sin que le sobrevengan temblores, e incluso ha llegado a alumbrarse con velas para evitar los fluorescentes. Este delineante proyectista catalán, de 58 ańos y «medio jubilado», es uno de los primeros espańoles diagnosticados de hipersensibilidad eléctrica, una «enfermedad emergente, en evolución de reconocimiento», que, como tal, cuesta demostrar. «Con esto pasa como con la Iglesia, que para cuando aceptan algo han pasado tres concilios», asegura Joaquín Fernández Solá, especialista en Medicina Interna del Hospital Clínico de Barcelona. Según explica el facultativo, «en este momento, los profesionales ya somos capaces de reconocer este tipo de hipersensibilidad, porque estamos viendo casos, aunque aún no existe un criterio diagnóstico».

Los médicos atienden cada vez a más personas que creen padecer esta enfermedad, pero la hipersensibilidad electromagnética causa división en la comunidad científica. En unas jornadas sobre este asunto organizadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Praga, se estableció que quienes sufren esta la dolencia «experimentan efectos adversos para la salud mientras hacen uso o están en las inmediaciones de instrumentos que emanan campos eléctricos, magnéticos o electromagnéticos». Nadie, ni siquiera en los círculos más escépticos, pone en duda los síntomas de estas personas, ni tampoco que les hacen sufrir lo indecible. De hecho, la OMS indica que el cuadro médico puede llegar a ser «grave» e incluso «inhabilitante», pero también destaca que «la mayoría» de los estudios no ha alcanzado la evidencia científica de que los ’hipersensibles’ reaccionen al ser expuestos a ondas. «Yo no tengo ninguna duda de que los síntomas son reales, pero no parecen relacionados con los campos electromagnéticos. Nadie sabe qué demostrarán futuras investigaciones», declaró a este periódico el profesor Anders Ahlbom, del Instituto Karolinska sueco, institución que participa en la elección de los Nobel de Medicina. Por su parte, Joseba Zubia, catedrático de Comunicaciones Ópticas de la Universidad del País Vasco, cree que «la gente se sugestiona» y atribuye su enfermedad «al miedo» que desde siempre ha generado la irrupción de nuevas tecnologías.

Otros expertos, en cambio, sostienen que hay personas especialmente sensibles a los campos electromagnéticos -formados por radiaciones de la telefonía móvil, el Wi-Fi y las líneas de alta tensión, así como las emisiones de aparatos y electrodomésticos- que se han convertido en auténticas ’antenas humanas’ y sufren los efectos de las ondas. Ni siquiera a nivel geográfico existe el mínimo atisbo de consenso: mientras que en Espańa aún no se ha reconocido legalmente esta dolencia, en países como Suecia, Suiza, Italia, Rusia, China, Nueva Zelanda y Bélgica han legislado medidas preventivas. Así, la electrosensibilidad está reconocida en Suecia como enfermedad orgánica incapacitante.

Pero, entonces, ¿por qué sólo algunas personas detectan -y padecen- las radiaciones mientras que otras no sienten ningún efecto? «Pues por la misma razón que hay gente que enferma a causa del polen o el polvo. Porque no todo el mundo aguanta igual las cosas -matiza Fernández Solá-. El número de campos electromagnéticos ha aumentado mucho en los últimos ańos, lo que ha propiciado que aparezcan casos de hipersensibilidad, cuyos síntomas son parecidos al resto de las alergias: irritaciones cutáneas, de garganta, de piel, problemas respiratorios, náuseas, vómitos, diarrea Y, en ocasiones, migrańas, insomnio, incluso fibromialgia y fenómenos neurológicos más graves. Por ejemplo, hay afectados que pasan por debajo de una línea de alta tensión y se desorientan totalmente».

El desencadenante

Ahí ya poco importa que el origen de sus síntomas sea físico o psicosomático, porque su vida se convierte en una pesadilla de la noche a la mańana. Muchas veces, según explica Fernández Solá, suele haber un desencadenante concreto que destapa la caja de los truenos. Según afirman los afectados, ocurre como con los superhéroes de los tebeos, que tienen una existencia normal hasta que algún fenómeno les convierte en seres ’especiales’, que sienten cosas que para sus congéneres pasan desapercibidas. Y, a partir de ese momento, no hay descanso para ellos.

Amparo Vilella recuerda muy bien cómo pasó de su vida anterior, relativamente feliz y salpicada de pequeńas dificultades que hoy se le antojan insignificantes, a su existencia actual, «muy difícil de sobrellevar a veces». «Un vecino puso un ’superaparato’ de aire acondicionado en casa, de ésos enormes, y yo peté -resume-. Pero, ojo, esa fue sólo la gota que colmó el vaso, porque yo llevo más de veinte ańos trabajando en una oficina antigua, donde abundan los contrachapados, con un ordenador madre, una antena móvil, un transformador monstruoso Así que fui cargándome como una pila hasta que reventé y se me declaró una fibromialgia». Esta telefonista catalana tiene ahora 48 ańos y no puede seguir la recomendación de los médicos de dejar su trabajo, que es el lugar donde peor se encuentra debido a la profusión de aparatos que la rodean. «¿De qué iba a vivir?», se pregunta impotente. Así que cada mańana debe afrontar la jornada a sabiendas de que se está metiendo en la boca del lobo. Para ella, la concepción del trabajo como castigo divino tiene recargo. Al principio se sentía «como un bicho raro» y el ’por qué a mí’ se convirtió en una letanía, hasta que se puso en contacto con la Asociación de Personas Afectadas por Productos Químicos y Radiaciones Ambientales (Adquira), donde encontró a otros que, como ella, tenían una biografía partida entre el antes y el después. Como Oriol. Él tampoco titubea cuando se le pregunta por el hecho concreto que desencadenó el problema. «Todo fue por una antena de telefonía móvil que colocaron al lado del ático donde vivía en la Barceloneta. Esto ocurrió en el ańo 2000 -recuerda-. Empecé con taquicardias, con insomnio. ¿Sentía la televisión del vecino y no podía pegar ojo hasta que la apagaba! Tardaron cuatro ańos en diagnosticarme lo de la hipersensibilidad».

Amparo también emprendió un vía crucis de médico en médico, y no ha olvidado la extrańa sensación de alivio entreverado de pánico cuando le dijeron que sus problemas para conciliar el sueńo y «ese cansancio como de no haber dormido en días» eran fruto de una fibromialgia causada por su hipersensibilidad a los campos electromagnéticos. El informe, expedido por el Hospital Clínico, zanjó la incomprensión y el recelo de sus allegados. Y de su entorno laboral. Porque el hecho de que los afectados empeoren en la oficina hace que las suspicacias echen a volar, que compańeros y jefes les miren con desconfianza cuando cogen una nueva baja.

Refugio en la bodega

De momento, el amparo de la ley y el consenso científico son una utopía para los afectados, cuyos esfuerzos se centran más en el día a día, en tratar de remediar su suplicio cotidiano. Este afán ha generado un éxodo hacia el campo, donde los síntomas de la dolencia se suavizan. Oriol se vio obligado a dejar su ático y se marchó a una pequeńa localidad en la montańa. No fue la panacea para sus males, «porque a veces tengo que refugiarme en la bodega o meterme en el bosque para no sentirme mal», pero la mejora fue evidente. También ayudaron las pequeńas reformas que hizo en su casa, como un filtro para su microondas y una cama especial de látex y fibras de carbón con tomas de tierra. «Todo esto ayuda, como hacer algunos tipos de régimen, la radioestesia, complejos vitamínicos y minerales Pero sé que son sólo pequeńos correctores, porque este tipo de contaminación es ’urbi et orbi’, no hay sitio donde esconderse», dice con estoicismo. Amparo es de la misma opinión, ella también se ha trasladado «a un pueblecito de montańa» y ha recurrido a distintas terapias. «Buscas apoyo en todas partes», se autojustifica Amparo, que, además de ayudarse de la medicina tradicional y de terapias alternativas, también tiene «sus truquillos» para mejorar su calidad de vida: «Sólo pongo la lavadora antes de salir de casa, cuando me ’cargo’ pongo los pies en la tierra para ’descargarme’, apago los plomos por la noche, sólo paso un máximo de una hora al día delante del ordenador, y con pantalla plana, huyo de los fluorescentes y, por supuesto, he eliminado todos los enchufes que tenía cerca de la cama ».

La lista sigue y sigue, porque la experiencia les ha enseńado a poner barreras que no son definitivas ni infalibles, pero mejoran su calidad de vida. Lo que sea por no acabar como una afectada que al anochecer se despide de su familia, se monta en una autocaravana y se aleja de la ciudad en busca de un lugar lo suficientemente aislado como para poder disfrutar de unas pocas horas de sueńo reparador. «Este caso es terrible, pero, en mayor o menor medida, todos sufrimos problemas de aislamiento, porque nos es muy difícil llevar una vida normal. A mis familiares que viven en la ciudad les cuesta entender que no pueda ir a verles tan a menudo como antes ». Amparo suspira y guarda un largo silencio donde flotan planes pospuestos, sueńos rotos y alguna pequeńa esperanza que zozobra. Porque, aunque los afectados han dado muchas cosas por perdidas y saben que su batalla la van a tener que afrontar en solitario, tienen una esperanza común: «Hemos pedido a la Generalitat un espacio sin radiaciones, un pequeńo valle Han quedado en contestarnos estos días», seńala. Aunque suena a delirio hippy, ésta es, según explican, la única solución que permitiría llevar una vida normal. «En otros países como Suecia y Canadá ya tienen estos lugares, que llaman espacios blancos, donde viven miles de personas Sé que parece raro, pero no estamos pidiendo nada extravagante. Hay gente que no tiene dónde ir», clama.

Oriol, rebuscando entre sus recuerdos cargados de interferencias, ya ha encontrado un referente para ese lugar casi de cuento donde sus males desaparecerían. Se ve a sí mismo en la playa de la Barceloneta, el 14 de Diciembre de 2001, viviendo un paréntesis de intensa felicidad, con una sensación de liberación imposible de describir. Aquella jornada, un temporal calificado por la prensa de «excepcional» causó un apagón histórico que afectó a la ciudad y a su cinturón metropolitano. 600.000 abonados se quedaron sin luz entre una y tres horas. Para Oriol, fue un gran día.

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