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Asociación Vallisoletana de Afectad@s por las Antenas de Telecomunicaciones - AVAATE

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Reflexiones sobre esta sociedad

Importancia y sinrazón de la telefonía móvil

Martes 22 de noviembre de 2005 · 4789 lecturas

Hace apenas diez años, en los albores del siglo XXI y en una España en la que pensar en las telecomunicaciones estaba reservado para unos pocos, el ciudadano de a pié veía con increíble expectación, y con algo de envidia, a unos pocos elegidos portando un aparato semejante a un teléfono, pero sin cables. Años más tarde, por esa manía de ansiar parecerse en lo superficial a los que marcan la moda, importando poco o nada el verdadero fondo del asunto, el móvil no tuvo más remedio que llegar a nuestras vidas para facilitar la comunicación y evitar catástrofes de todo tipo, como dice con escarnio alguna publicidad.

Hace apenas diez ańos, en los albores del siglo XXI y en una Espańa en la que pensar en las telecomunicaciones estaba reservado para unos pocos, el ciudadano de a pié veía con increíble expectación, y con algo de envidia, a unos pocos elegidos portando un aparato semejante a un teléfono, pero sin cables. Ańos más tarde, por esa manía de ansiar parecerse en lo superficial a los que marcan la moda, importando poco o nada el verdadero fondo del asunto, el móvil no tuvo más remedio que llegar a nuestras vidas para facilitar la comunicación y evitar catástrofes de todo tipo, como dice con escarnio alguna publicidad. Sin embargo, el tiempo ha pasado y en una sociedad en la que nuestros políticos nos enseńan que es imposible dialogar de casi nada, cada vez me cuesta más recordar cómo era la vida sin teléfonos móviles.

Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, me doy cuenta de que todo fue tan rápido que, cuando menos, es dudoso que en ese proceso se haya tenido en cuenta el menos común de los sentidos, el sentido común. En apenas tres, o cuatro ańos, incluso los nińos, (en contra de todas las recomendaciones internacionales), que apenas sabían hablar y escribir, pasaron a convertirse en auténticos expertos en telefonía, y, los maridos preocupados tuvieron la posibilidad de avisar a su familia, desde el bar de la esquina, que ya iban a cenar. Que bien, empezábamos a parecernos cada vez más a la burguesía dominante. No estaba nada mal para ser sólo el principio de la sin razón.

Consumir para aparentar no ser lo que en realidad éramos hasta el punto de crear adicciones y una falta de comunicación desconocida a lo largo de la historia de la humanidad, iría suponiendo, a la vez, una pérdida de sensatez que hoy es muy difícil de recuperar. El instrumento en cuestión empezó a ser vital para relacionarse, para quedar con un amigo, para mantener conversaciones interminables sobre el tiempo, y para casi cualquier cosa, incluso algunas de verdadera utilidad; pero algo no se estaba haciendo bien y ahora se pagan las consecuencias.

En tan solo unos pocos ańos ya se incluye dentro de los programas de rehabilitación de Proyecto Hombre la adicción al móvil (increíble), las generaciones venideras serán analfabetas funcionales porque ahora todo lo escriben con abreviaturas, los Cascos Históricos de las ciudades están llenas de artefactos horripilantes, los vecinos de las comunidades se enfrentan entre ellos por una simple cuestión de dinero, y, para rematar, han hecho falta casos como los del García Quintana, Ronda, La Coruńa, el Vaticano, o Badalona, para darnos cuenta de que, para que un teléfono inalámbrico funcione, hace falta algo más que telepatía o inducción divina.

Porque, no nos olvidemos, han sido estos casos y la movilización entorno a ellos surgida, y no otra cosa, los que han advertido a la población de que por ahí, por el aire, circulan las mismas ondas que son capaces de calentar, asar o descongelar alimentos; ha hecho falta que miles de ciudadanos, en esta sociedad de la información por desgracia cada vez más desinformada, salieran a la calle y exigieran Precaución, ha hecho falta que se viera una mínima reacción social para iniciar investigaciones más o menos serias, y ha hecho falta que el pueblo exigiera sentido común para que se empezara a regular algo que, como siempre, llevaba muchos ańos en nuestras vidas sin saber los verdaderos efectos de ello.

Nunca los colectivos implicados han tenido como objetivo quitar antenas, o dejar sin cobertura las ciudades a la vez que llevaban teléfonoen el bolso; hay que profundizar en las cosas, no quedarse en lo aparente y tratar de entender a quienes se manifiestan, reivindican y trabajan por conseguir poner un poco de raciocinio en nuestras vidas. No hay movimientos “antiantenas”, ni “antimóviles”, hay movimientos pro-salud, y pro-precaución. Por ello, hay personas que dedican su tiempo libre en divulgar trabajos e investigaciones científicas que avalan la posibilidad de exponer a la población a unos niveles de radiación mínimos sin que el servicio se vea por ello alterado; si no se quiere entender eso, no se va a entender nunca. La pena es que hay demasiada gente que no lo quiere entender.

Mientras tanto, a los nińos, ancianos, enfermos y población en general se la está irradiando 24 horas diarias a niveles 1000 veces por encima de lo que los expertos verdaderamente independientes califican como “seguro”; eso es lo que no pueden permitir los colectivos de afectados y eso exige luchar por el cumplimiento de la ley, porque, al final, serán las leyes y los jueces, los que determinen, como lo vienen haciendo, si se deben quitar las Antenas del Colegio García Quintana, del García Lorca, o de cualquier otro lugar.

Ante este panorama, un deseo: que la conciencia obligue a los que opinan a no frivolizar, ni reducir un debate tan intenso y con tantas implicaciones médicas, sociales, económicas y políticas, como el que nos ocupa, al simple hecho de exigir que quienes piden Precaución y niveles de potencia lo más moderados posibles deben dejar de usar sus teléfonos para ser congruentes, pero en un país en el que “de fútbol y medicina todo el mundo opina”, eso es complicado.